Guardo estos recuerdos como se guardan las primeras veces: con esa nitidez peculiar que tienen los momentos que marcan un antes y un después. Colombia fue, aunque no lo supiera entonces, la semilla. El viaje que mis padres nos regalaron al terminar la universidad, esa última aventura en familia antes de que la vida adulta nos dispersara.
Lo que sigue no es una guía turística ni un relato pulido. Son flashes, retazos de memoria rescatados de hace quince años. La Bogotá gris y colonial que me hizo sentir pequeño; Cartagena y su calor que pegaba como un abrazo; el Caribe que era tan azul que casi dolía mirarlo. Todo filtrado por la mirada de quien aún no sabía que el viaje se convertiría en su forma de vida.
Releo estas líneas y veo al viajero embrionario que fui: sin prisa pero sin oficio, capturando postales sin entender aún las historias que había detrás. Por eso este texto queda aquí, como un testimonio de los comienzos. El mapa inicial de un camino que, sin planearlo, se volvería infinito.
Descubre la Historia de ColombiaEste viaje a Colombia, un regalo de graduación que disfruté con mi hermana y padres, representa un capítulo muy diferente de mi vida viajera. Ocurrió mucho antes de convertirme en viajero de tiempo completo, cuando mi mirada era más inocente y menos experta. He decidido incluir este texto, más informativo y menos elaborado que mis relatos actuales, como un recordatorio honesto de mis inicios — de cómo empecé a recorrer el mundo con una curiosidad que luego se transformaría en mi forma de vida actual. Estas líneas capturan esos primeros pasos vacilantes, la emoción del descubrimiento inicial, y me permiten honrar el viajero que fui antes de convertirme en el que soy hoy.
En Bogotá, siendo aún un viajero inexperto, el contraste era palpable: el frío andino nos envolvía mientras recorríamos la Candelaria con esa curiosidad novata que luego extrañaría. El Museo del Oro nos dejó sin palabras - esas piezas ancestrales brillando como constelaciones bajo la luz tenue que apenas comprendíamos. Subir a Monserrate en el funicular fue nuestro primer gran "descubrimiento" viajero, esa vista panorámica que se quedaría para siempre como un recuerdo fundacional.
Cartagena nos cambió el ritmo con su calor caribeño, las murallas centenarias y calles donde cada balcón florecido nos parecía un hallazgo. Recorrimos el Castillo San Felipe con esa mezcla de asombro e inocencia que caracteriza al que recién comienza. Las cenas en restaurantes con pescado con coco y los atardeceres en las murallas fueron nuestras primeras lecciones de cómo un lugar puede seducirte lentamente.
Estas escuetas líneas son todo lo que logro rescatar de hace más de 15 años. No hubo diarios de viaje, ni blogs, ni esa obsesión por documentar cada momento que tengo hoy. Sin embargo, ese viaje a Colombia marcó un antes y un después. Fue la primera vez que, al regresar a casa, me quedó rondando una idea que entonces sonaba utópica: "¿Cómo sería vivir viajando?".
En ese momento era solo un sueño improbable, una fantasía de quien recién empezaba a entender que el mundo era más grande de lo que imaginaba. Hoy, esa pregunta se ha convertido en mi realidad. Por eso guardo estos recuerdos, porque en ellos está la semilla de todo lo que vino después.