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Croacia, un destino que para muchos sigue siendo un misterio, es el tipo de lugar que no te lo venden con fotos perfectas ni tours organizados, sino con historias que se cuentan en un bodegón del barrio, lejos de las multitudes. Con una costa que parece sacada de un sueño y paisajes que podrían sacarte más de un suspiro, el país ha crecido, pero no ha perdido ese aire de lugar por descubrir. Aunque Dubrovnik y Split sean las joyas turísticas que la mayoría menciona, el verdadero corazón de Croacia late en los rincones menos explorados, donde la gente sigue cocinando en parrillas al borde de caminos rurales, lejos de las hordas de turistas. No es el lugar para buscar lujos, sino para encontrar autenticidad.
Hace unos años, Croacia vivió un cambio rotundo. Lo que antes era un destino para los que buscaban algo distinto, pasó a convertirse en una de las mecas del turismo europeo. Si bien la magia no desapareció, los precios subieron como espuma, y hoy en día, las ciudades más visitadas como Dubrovnik o Split pueden llegar a ser tan caras como cualquier capital europea. Es una pena, porque en muchos de esos lugares, el turismo masivo ha opacado lo que alguna vez fue una experiencia mucho más genuina. Pero fuera de temporada, el país aún ofrece esa Croacia olvidada, más accesible, más tranquila y, sobre todo, más humana.
Hablar de Croacia es hablar de sus ciudades, pero no de las que ves en las postales. Dubrovnik es espectacular, claro, pero también está saturada. Sin embargo, un par de calles más allá de las murallas, en los viejos bares del puerto, podés encontrar la verdadera esencia de esta ciudad que fue uno de los últimos bastiones de la República de Ragusa. Split, por otro lado, te recibe con el Palacio de Diocleciano, pero si te alejás del centro turístico, podés sentarte a disfrutar de un café mientras los locales te cuentan que Split es mucho más que ruinas romanas: es un espacio vivo, de contrastes entre el pasado y el presente.
Šibenik, en cambio, es la Croacia que pocos ven. Sus calles, aún sin las multitudes de Dubrovnik, son perfectas para perderse. Y Zagreb, la capital, tiene esa mezcla de ciudades europeas del este, pero con un aire algo cerrado. Los zagrebanos son reservados, pero una vez que te ganás su confianza, te muestran un lado más profundo de su cultura. No esperes un saludo cálido en cada esquina; hay que ganárselo, y eso, a veces, es lo que le da el verdadero valor a un viaje: la autenticidad.
De todo lo que Croacia tiene para ofrecer, sin lugar a dudas los lagos de Plitvice son su joya natural. Hay algo místico en esos lagos turquesa, rodeados de cascadas y bosque, donde el ruido del mundo parece desvanecerse. Es un lugar que no está saturado de turistas si lo visitás fuera de temporada, y en esos momentos, te sentís como parte de la naturaleza, no solo un espectador más.
Y como no todo en Croacia es paisaje, hablemos de comida, pero no de la comida para turistas. En las pequeñas tabernas de las zonas menos turísticas, se pueden probar platos como el “peka”, una carne cocida a fuego lento bajo una campana de hierro, o los pescados frescos que se sirven en simples puestos al borde de la costa. Croacia tiene una gastronomía que va más allá de los restaurantes de lujo: se encuentra en las cocinas de los hogares, en los mercados locales, y en esos bodegones donde la gente charla de fútbol o de la vida mientras disfrutan de una copa de vino local. No llega a parecerse a nuestra pasión, o a la brasilera, pero el nivel de importancia del fútbol en la sociedad es altísimo.
Una de las razones por las que decidí viajar a Croacia fue porque tenía esa curiosidad personal por entender qué tan apasionada es su relación con el fútbol. En mi cabeza, la pregunta era clara: ¿cómo puede una nación con tan pocos habitantes mantenerse en la cima del fútbol mundial, como lo hizo en en la última década? No es algo común de ver. Y lo que más me sorprendió, al llegar allí, es que se trata de cultura, de pueblo.
Finalmente, si hay algo que Croacia te deja claro es que su verdadera esencia está fuera de las temporadas altas, cuando el turismo masivo ha quedado atrás y la gente sigue viviendo de la forma más auténtica posible. Es fácil caer en la trampa del verano europeo y terminar entre masas de turistas, metiendo los pies al agua sin descubrir nada más. Pero si te tomás el tiempo de ir cuando la marea baja, Croacia se te revela en toda su intensidad, un país que vale la pena recorrer a fondo, sin prisas y sin los filtros turísticos.
Leer Historia de CroaciaCapital: Zagreb
Población: 4,000,000 (127º)
Idiomas: Croata (oficial), con minorías que hablan serbio, italiano y otros.
Superficie: 56,594 km² (128º país más grande)
Moneda: Euro (EUR), 1 USD ≈ 0.93 EUR (aproximadamente; el tipo de cambio puede variar)
Religión: Mayoritariamente católicos (86%), con una pequeña presencia ortodoxa y musulmana.
Alfabetismo: 99.6%
Educación y sanidad: El sistema educativo es de alta calidad y la sanidad pública es accesible, aunque las mejores clínicas suelen estar en áreas urbanas y son costosas si no tienes seguro médico adecuado.
Trabajo: La tasa de desempleo ronda el 7%, y el país enfrenta retos económicos relacionados con la emigración y la dependencia del turismo.
Deporte más popular: Fútbol.
Seguridad: Croacia es un país muy seguro, ideal para viajeros, aunque siempre es recomendable ser precavido en las grandes ciudades, como en cualquier lugar del mundo.
Los ciudadanos argentinos no requieren visa para ingresar a Croacia para estancias de hasta 90 días dentro de un período de 180 días.
Croacia forma parte del **Espacio Schengen**, por lo que los ciudadanos de la Unión Europea y muchos otros países pueden ingresar sin necesidad de visa para estancias cortas.
Requisitos:
Para más información, puedes visitar la página oficial de la Embajada de Croacia en Buenos Aires.
Para obtener detalles adicionales, puedes consultar la página oficial de la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina.
Opciones principales: Hoteles, hostales y apartamentos de alquiler.
Precio promedio:
- Dubrovnik (temporada baja): 15 EUR (16 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Dubrovnik (temporada alta): 30 EUR (32 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Split (temporada baja): 12 EUR (13 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Split (temporada alta): 30 EUR (32 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Šibenik (temporada baja): 10 EUR (11 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Šibenik (temporada alta): 30 EUR (32 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Zagreb (temporada baja): 8 EUR (9 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Zagreb (temporada alta): 25 EUR (27 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
Importante: Puedes encontrar hostales fácilmente a través de plataformas online, donde se ofrecen diferentes opciones de alojamiento adaptadas a tu presupuesto y necesidades. Además, si pagas en efectivo, podrías obtener descuentos en algunos establecimientos.
El transporte en Croacia es bastante accesible, con opciones interurbanas y urbanas. Aquí te dejo las principales rutas y cómo comprar los billetes.
Frecuencia aproximada y precios de las rutas interurbanas más comunes:
En las principales ciudades, como Dubrovnik, Split y Zagreb, el transporte urbano es eficiente y económico. Puedes pagar con tarjeta o recargar billetes.
En Dubrovnik, puedes utilizar autobuses y minibuses. Asegúrate de recargar tu billete en los puntos de venta autorizados o usar la opción de pago con tarjeta en algunos autobuses.
En Split, el transporte urbano también es eficiente, con autobuses que cubren la ciudad y las zonas cercanas. Puedes usar tarjetas recargables o pagar en efectivo a bordo.
Zagreb cuenta con una red extensa de tranvías y autobuses. Puedes comprar billetes en los puntos de venta o utilizar la aplicación para recargar tu tarjeta y pagar de manera electrónica.
La mejor época para visitar Croacia es durante la primavera (de abril a junio) y el otoño (de septiembre a octubre). El clima es suave y es ideal para explorar las costas, las ciudades históricas como Dubrovnik y Split, y los parques nacionales.
El verano (de junio a agosto) es la temporada alta, con temperaturas cálidas, especialmente en la costa. Los precios aumentan durante esta época, y los destinos turísticos como Dubrovnik pueden estar más concurridos.
Telefonía móvil: Las principales operadoras en Croacia son **Tele2**, **A1** y **T-Mobile**. Puedes adquirir SIMs en tiendas y aeropuertos, y la cobertura es excelente en las ciudades principales. Las eSIM también están disponibles si tu teléfono es compatible.
**Operadoras:**
Recomendaciones:
- La recomendación es caminar, hacer cada sendero y cada trek en Dubrovnik y sobre todo en Split.
- Otro punto importante es para los lagos de Plitvice. Yo fui y volví desde Zagreb, no es caro, puedes hacer un day trip, pero cuidado con el tiempo de la vuelta. En noviembre no hay tanta frecuencia.
Explora Croacia con esta guía práctica. Selecciona una ciudad para ver sus lugares clave:
Albania, un país que se despliega ante el viajero como un territorio apenas tocado por el paso del tiempo, se presenta como una joya inesperada, oculta en los pliegues del mapa europeo. Aunque no ostenta la fama de otros destinos turísticos, es precisamente esa ausencia de reconocimiento lo que lo convierte en un refugio que subyuga a cada uno de sus descubridores. Desde la imponente Tirana hasta la serena Gjirokastër, cada ciudad, con sus matices y sombras, susurra al visitante: “¿cómo ha podido esta tierra permanecer tan oculta, tan ajena al brillo superficial de la fama?”
Tirana, la capital, es un crisol de influencias, donde el pasado y el presente se entrelazan. Su arquitectura es un fiel reflejo de esta dualidad, con edificios comunistas y estructuras contemporáneas que conviven en armonía. Tirana invita a ser explorada, a descubrir sus secretos a través de sus calles y su arte urbano. Entre sus cafés y plazas, se vislumbra una ciudad que se reinventa a sí misma.
Gjirokastër, por su parte, es un viaje al pasado. Sus calles empedradas y su castillo evocan una historia antigua y fascinante. El castillo, con su presencia imponente, domina la ciudad y nos conecta con un pasado lleno de secretos.
Berat, con sus casas llenas de ventanas, es una ciudad pintoresca. Desde el castillo, se puede apreciar la belleza de sus calles y edificios. Aquí, el tiempo parece transcurrir más lento, invitando a la contemplación.
Shkoder, con su lago y el castillo de Rozafa, es un lugar de gran tranquilidad. La fortaleza, situada en lo alto, ofrece vistas panorámicas del lago y las montañas. En el Museo Marubi, la historia se cuenta a través de fotografías que muestran la vida cotidiana de la gente común.
En criollo, ahora es el momento de aprovechar Albania. Este país, por la vasta riqueza de lo que tiene por ofrecer, es sorprendentemente accesible económicamente, especialmente si se considera su ubicación geográfica dentro de Europa. Pero esa falta de fama, que tanto le ha dado en términos de autenticidad, está comenzando a cambiar. El turismo occidental, al acecho de nuevas víctimas para transformar en destinos masificados, podría pronto convertir a Albania en otra Las Vegas, arrasando con lo genuino y autóctono que aún permanece intacto. Si quieres descubrir un lugar que se resiste al exceso y la artificialidad, este es el instante de sumergirse en su esencia antes de que la fiebre del turismo lo transforme irremediablemente.
Después de un paso fronterizo bastante demorado en el límite croato-bosnio, a causa de un chequeo exhaustivo a uno de los pasajeros de origen paquistaní, llegué finalmente a Dubrovnik. Eran las 2 de la tarde y mi hostel estaba a un kilómetro exacto de distancia, lo que me permitió ir caminando y dar un vistazo primitivo a la ciudad. Una vez instalado, el hostel tampoco estaba lejos del casco histórico, así que decidí salir a caminar hacia allí. Y debo ser honesto, debo decir la verdad: no disfruté ni un solo segundo de esa primera visita. Estaba fuera de temporada, pero toda esa mini ciudad medieval estaba repleta de turistas con banderitas y guiados por sus respectivos guías. Detesto este tipo de cosas, pero sabía a dónde me metía.
Mi curiosidad por Dubrovnik arrancó, como no podía ser de otra manera, gracias a la famosa serie Game of Thrones. La ciudad, con su imponente muralla y esas calles empedradas, aparece en varios de los episodios más emblemáticos. Recuerdo esa escena impactante de Cersei caminando desnuda por las calles mientras la humillaban públicamente… y sí, esa fue grabada aquí. A medida que fui investigando más, me di cuenta de que varios rincones de Croacia habían sido escenario de la serie, así que terminé armando mi propio "Desembarco del Rey"
Por culpa de la auténtica muchedumbre, decidí volver al hostel, pasando previamente por el supermercado. Tomé una ducha y me puse a cocinar, ya que durante mi vuelta a pie, estuve mirando los precios de los restaurantes, ¡y son de locos, incluso fuera de temporada baja! Pero bueno, basta de quejas y vamos al grano. Dubrovnik es una perla colonial en el Adriático. Para disfrutarla, tuve que "arrancar el siguiente día cagándome de frío", ya que era la única forma de evitar la masa de turistas. Salí a caminar dentro del casco histórico a las 7 de la mañana. Fue increíble: caminé prácticamente solo hasta las 9. Me saqué las ganas de recorrer y de entender cada rincón. ¡Me sentía como dentro de la serie! Se me venían algunas escenas a la cabeza, y la verdad es que lo disfruté de sobremanera.
Después, volví a almorzar y me encaminé hacia el monte Srd (creo que así se llama, ¿o no?) para ver la ciudad desde arriba. Por supuesto, subí y bajé a pie. Alrededor de las 4:30 de la tarde, ya estaba arriba, después de una subida empinada pero tranquila. Al llegar, agradecí estar allí a esa hora, porque pude ver panorámicas de la ciudad bajo el sol, con el atardecer y, finalmente, con las luces encendidas de noche. El mar, el casco histórico con sus techos rojos, y las murallas colosales... es algo que debes ver si vas a Croacia. Definitivamente, un espectáculo visual único.
Tras la bajada, volví al hostel, ya con mucho frío y cansado. Decidí terminar mi día allí. Solo me quedaba un día más en Dubrovnik, y lo quería aprovechar para probar algo de comida local en algún bodegón donde no me arrancaran la cabeza. Caminé mucho, pero lo encontré. Probé un delicioso plato de "peka" (ese plato tradicional que cocinan en horno de leña) y me tomé una cerveza junto con dos croatas. Fueron muy amables, ya que cuando les pregunté por el menú del almuerzo, me explicaron detalladamente todo lo disponible y, de paso, me invitaron con una cerveza. Debo decir que fue la primera vez en mi vida que tomé una cerveza envasada en botella de plástico de 2 litros... todo un lujo, ¿no?
Estos croatas, de unos 60 años, eran verdaderos fanáticos de la selección nacional de fútbol. Me hablaron de Prosinečki, Davor Šuker y, cómo no, del gran Luka Modrić, ese croata de galera y bastón que jugaba de pibe con la pelota sobre los escombros de edificios destruidos por la guerra y que aún sigue moviendo los hilos en el Real Madrid. La charla se extendió durante un par de horas, con algún que otro intercambio de palabras más elevadas, especialmente cuando uno de ellos soltó la insólita opinión de que Cristiano Ronaldo es mejor que Messi, Maradona y Pelé. El otro croata, por suerte, estaba del lado de los genios del fútbol sudamericano, y aunque la discusión subió un poco de tono, todo terminó en una simple elevación de la voz. Y, claro, nada que unas cervezas más no pudieran arreglar.
Conclusión: Si querés ir a Dubrovnik, ¡dale ya! Porque si esperás a que el "cocodrilo turístico occidental" lo devore, se te va a escapar la oportunidad de disfrutarla como yo lo hice, aunque fuera un ratito. ¡Y que no te cuenten cuentos! Dubrovnik está en el precipicio de ser devorada por ese monstruo llamado turismo masivo, así que aprovecha el tiempo antes de que sea demasiado tarde.
Split, otra joya croata al borde del colapso turístico, aunque en este caso tuve suerte: menos gente que en Dubrovnik. Claro, mi hostel estaba más cerca de Brasil que del centro histórico de la ciudad, por lo que esa podría ser la razón por la cual no percibía multitudes a mi alrededor. Un verdadero oasis de paz si se comparaba con otras partes de Croacia.
El clima en Split se partió en dos mitades: el 50% de mi estadía estuvo bajo una lluvia constante y el otro 50% brilló un sol radiante. Durante los días lluviosos, no dudé en ponerme el poncho y lanzarme a caminar, como lo haría en cualquier rincón del mundo. Pero la extensa llanura entre mi hostel y el centro de Split era un páramo vacío: ni un café, ni una calle animada, ni un monumento interesante. Solo quedaba avanzar bajo la lluvia, al estilo La Renga, esquivando charcos y buscando un refugio de vez en cuando.
Mi plan había sido claro desde el inicio: recorrer lo más destacado de la ciudad en unas pocas horas y luego dejarme llevar por la curiosidad. Así que primero me dirigí a uno de los puntos más emblemáticos: el Palacio de Diocleciano, un gigante romano que domina el casco histórico. Es increíble cómo las murallas de este antiguo palacio se funden con las casas modernas, creando una atmósfera única. Después, pasé por la Plaza Peristilo, el corazón del Palacio, donde la piedra antigua parece contar historias de emperadores y gladiadores. Continué hacia la Catedral de San Duje, cuyo interior me sorprendió con una mezcla de arte románico y bizantino. Al salir, me dirigí al puerto, un lugar perfecto para observar el bullicio de la ciudad, con barcos entrando y saliendo, mientras disfrutaba de una vista espectacular al mar Adriático. Finalmente, subí al mirador de Marjan, desde donde la panorámica de Split es simplemente impresionante. Ahí pude ver la ciudad desplegarse a mis pies, el mar brillante a lo lejos y la costa salpicada de pequeñas islas.
Después de empaparme de historia y vistas, decidí perderme en las calles de la ciudad. Un par de giros por ahí, sin rumbo fijo, me llevó a descubrir algunos rincones tranquilos y poco visitados. Sin duda, esos momentos de "perdición" fueron lo más auténtico que encontré. Pero como el clima no daba tregua, decidí regresar a mi refugio. Con suerte, el día siguiente prometía sol y sería ideal para salir a hacer senderismo.
La jornada siguió como lo había planeado. Aproveché el día sin lluvia para hacer algo de senderismo en el Parque Nacional de Kozjak. No fue una caminata difícil, pero sí ofreció unas vistas espectaculares. Desde las colinas, pude ver el mar Adriático de fondo, rodeado por la vegetación del parque. Fue un buen plan para estirar las piernas y respirar aire fresco, sobre todo después de los días pasados en la ciudad, donde el ruido de los turistas ya empezaba a cansarme.
Después me dirigí a la Playa de Bačvice, conocida por ser un lugar turístico, pero justo ese día estaba vacía. Me quedé solo en la playa, disfrutando de la calma. Saqué el mate, me senté en la arena y me puse a leer un poco. No había ni un alma a la vista, lo que era raro para una playa tan famosa. El agua del mar no era tentadora para nadar, pero la tranquilidad del lugar lo hacía perfecto para descansar.
Para terminar el día, me tomé una cerveza en un bodegón perdido en las afueras de la ciudad. Estaba tranquilo, alejado de todo el ajetreo, y tuve una charla relajada con el dueño del local. No era el típico bar turístico, sino un lugar local, lo cual me hizo sentir más en sintonía con la ciudad. Fue un final de día perfecto, sin nada que ver con el turismo masivo que había en otras partes de Split.
Al día siguiente, me esperaba Šibenik, una ciudad más pequeña, tranquila y sin tanto caos de turistas. Era el cambio de ritmo que necesitaba para seguir disfrutando de Croacia sin la presión del turismo en masa.
Llegué a Šibenik por la mañana, y la dulce señora que administraba el hostal fue muy generosa, permitiéndome hacer el check-in con antelación. Fue un gesto de amabilidad, aunque la verdad es que no había absolutamente nadie alojado. Me comentó que, al día siguiente, cerraría por un par de meses, ya que fuera de temporada alta, la ciudad no recibe mucha gente.
Mi paso por la ciudad fue corto, diría incluso mínimo. Después de dejar las cosas en el hostal, me lancé directamente a caminar por la ciudad. Subidas y bajadas, bajadas y subidas, tal cual. Esas calles empedradas que te dejan un rato con las piernas cansadas, pero con la satisfacción de estar descubriendo un lugar sin prisas ni multitudes. Y lo que más disfruté, sin lugar a dudas, fue el silencio. No había ni un alma por ahí. Un alivio total después de tanto bullicio en otros destinos. Lo necesitaba. Es muy duro para mí mentalmente tener que lidiar con tanta gente, sobre todo cuando uno está rodeado de hordas que, a veces, parecen más interesadas en sacar fotos de lo que ven en las redes sociales que en realmente disfrutar del lugar. El hecho de estar solo, en un sitio sin el constante ruido de los turistas, hizo que fuera aún más placentero.
Visité algunos de los puntos más conocidos de la ciudad, como la Catedral de San Jakov, que es una verdadera joya, y la Fortaleza de San Nicolás, desde donde se tiene una vista bastante impresionante del puerto. Y aunque estas son las principales atracciones, lo que realmente me marcó fue el hecho de que estaba solo en esos lugares, lo cual me permitió disfrutarlos a otro ritmo. No había gente apurada por hacer la misma foto que todos los demás.
Ya después de recorrer un poco más el centro, decidí alejarme un poco y subí hasta un mirador en las montañas que rodean la ciudad. Desde allí, Šibenik se veía completamente diferente, más tranquila, con una vista panorámica que le daba una nueva perspectiva. Fue un respiro estar en ese punto más alto, sin el ruido de la ciudad.
Al día siguiente, justo cuando la señora del hostal me dijo que cerraba por la temporada baja, tomé el primer bus a Zagreb. Quería llegar a la capital lo antes posible, ya que el pronóstico del clima para el día siguiente era perfecto y no quería perderme los lagos de Plitvice.
Llegué a Zagreb con sensaciones encontradas. Por un lado, estaba ansioso, ya que al día siguiente visitaría los famosos lagos de Plitvice, pero por otro, un poco desilusionado. Durante mi viaje en bus, leí las noticias locales, y comentaban que la mayoría de las atracciones turísticas no estarían disponibles debido a que entraban en un periodo de mantenimiento y remodelación arquitectónica, que duraría entre uno y dos meses.
A pesar de eso, mi primer día en la ciudad no fue mal. Salí a caminar de todos modos, con una ruta preparada en la aplicación Maps.me, que te permite armar rutas sin necesidad de internet, siempre y cuando descargues el mapa del país previamente. Comencé mi recorrido por el casco antiguo de la ciudad, Gornji Grad, paseando por sus callejuelas medievales. El ambiente era tranquilo, lo que me permitió disfrutar del lugar sin la presión de las multitudes. Luego, me dirigí a la Plaza Ban Jelačić, un lugar más animado, donde pude ver la ciudad en movimiento. El contraste entre la calma de las calles cercanas y el bullicio de la plaza fue bastante interesante.
La Catedral de Zagreb fue una de mis paradas, aunque solo pude disfrutar de la fachada y sus alrededores debido a las obras que estaban realizando en su interior. A pesar de esto, la vista de la catedral seguía siendo impresionante. Después, me dirigí al Parque Zrinjevac, un lugar ideal para relajarse y disfrutar de un rato tranquilo en medio de la ciudad. Al estar en la zona, pasé también por los túneles de la Segunda Guerra Mundial. Al ver esas estructuras, me vinieron pensamientos negativos. Era difícil no imaginarme cómo se debieron sentir las personas que, en su momento, se refugiaron allí, buscando protección mientras el mundo estallaba a su alrededor. No pude evitar pensar en lo que habría sido pasar un tiempo dentro de esos túneles, rodeado de paredes frías.
Ya al final del día, volví al hostal para preparar todo. Cena, desayuno, y almuerzo para el día siguiente (un par de sanguches bien argentos de jamón, queso, tomate, huevo y palta). También preparé lo esencial: cámara, cargadores, agua, campera, impermeable, y gorra -gorro también-, porque mi calvicie sufre tanto del frío como del sol.
Al día siguiente, me desperté temprano y a las 8 a.m. ya estaba en la terminal esperando el bus que me llevaría al Parque Nacional de Plitvice. Dos horas más tarde, llegué al parque, y mientras pagaba la entrada, conocí a MJ, una surcoreana que me preguntó, con su inglés básico, si tenía intención de recorrer el circuito C, el más largo del parque. Le respondí que sí, y le ofrecí acompañarme si quería. Así que, sin pensarlo mucho, nos lanzamos a recorrer juntos el impresionante paisaje de Plitvice.
Pasamos el día explorando el parque, tomando algunas pausas para disfrutar del paisaje a nuestro propio ritmo. El Parque Nacional de Plitvice es absolutamente impresionante, con una vegetación tan verde como el césped del Monumental, aguas cristalinas que fluían a través de pequeñas cascadas, rodeadas de naturaleza intacta. La tranquilidad del lugar era única, con el sonido del agua y los cantos de los pájaros como única compañía. Completamos todo el circuito C, que es el más largo del parque, y aunque resultó algo exigente, la recompensa fue enorme: vistas espectaculares de lagos y cascadas en cada rincón. La caminata fue larga, pero nos permitió disfrutar cada rincón del parque y experimentar su belleza en su máxima expresión.
Cuando terminó nuestra excursión, tomamos el bus de regreso a Zagreb. Aunque no coincidimos en el mismo albergue, la conversación en el bus nos dejó un par de sorpresas. Descubrimos que ambos teníamos el mismo boleto para Ljubljana al día siguiente, con salida a las 7 a.m. Y cuando la inevitable pregunta surgió: “¿en qué hostel reservaste?”, resultó que ambos habíamos elegido el mismo lugar. Así que, sin saberlo, terminaríamos coincidiendo también en nuestros días en Ljubljana, la capital de Eslovenia.