Praga: Un viaje al corazón de Europa
Luego de haber respirado el aire fresco de las Dolomitas italianas, me encontraba en un momento de transición, dejando atrás el pueblo de Tramin, ese rincón colgado entre montañas donde la cultura alemana se siente en cada rincón, en cada conversación. Con la despedida a Florien, Ernst, Helene, Caroline, Leoni y Evelyn aún resonando en mi mente, partí en mi travesía hacia Praga. El viaje arrancó con una calma engañosa: un recorrido por los tranquilos paisajes alpinos hasta Bolzano, luego un bus a Munich y una espera de cuatro horas en la estación, que, para mi sorpresa, era abierta. Otoño, y esos teutones bien equipados no parecían sufrir el viento helado. Finalmente, subí al último bus, el que me llevaría a la ciudad dorada, la capital checa.
Praga me recibió con una atmósfera que no era de este mundo. A pesar de las altas expectativas —porque, seamos sinceros, muchos me la habían pintado como una de las joyas de Europa— la ciudad no solo las cumplió, sino que las superó. A mis ojos, se convirtió, sin esfuerzo, en la primera de todas las capitales europeas. Estuve allí tres días al principio, como hago habitualmente en las grandes ciudades para no andar apurado, y terminé extendiendo la estadía a catorce días. No había prisa por irme, solo ganas de caminar, de perderme en cada rincón.
Panorámica de la ciudad de Praga desde uno de los miradores de la ciudad.
Iglesia que refleja la arquitectura barroca de Praga.
Lo primero que hizo Praga fue invitarme a pasear, a dejarme llevar sin destino fijo, siguiendo sus calles laberínticas, sus puentes, sus colinas. El Castillo de Praga, una de sus joyas más imponentes, se erige sobre la ciudad como una pieza de ajedrez gigante que domina el tablero. Al recorrerlo, no pude evitar pensar que estaba viviendo una novela de Kundera, esa que mezcla la historia con lo intangible, lo personal con lo colectivo. Pero no todo eran monumentos de piedra: el Puente de Carlos, que se cruza con el río Moldava, es otro de los grandes iconos de la ciudad, pero lo que más me fascinó fue la cantidad de músicos callejeros, desde violonchelistas hasta guitarristas, todos llenando el aire con melodías que parecían resonar en las piedras del puente al caer la tarde. Una cerveza en mano, claro, porque en Praga, la cerveza es casi un himno.
Y aquí, un dato que desafía todo lo que había escuchado: el Museo de la Cerveza, que más que un simple lugar, es una pequeña oda a la cultura cervecera checa. Si bien muchos suponen que las mejores cervezas del mundo provienen de Alemania o Bélgica, los checos me hicieron cambiar de idea. Por apenas dos euros, puedes disfrutar medio litro de una cerveza que, honestamente, está en otro nivel. Este país es, nada menos, el mayor consumidor de cerveza per cápita del mundo, y no es casualidad. La cerveza no es solo una bebida; es un ritual, una tradición, una forma de vida. Praga respira cerveza, y cada esquina parece tener un bar donde la jarra nunca está vacía.
En Praga, todo parece tener un toque mágico. La mezcla entre lo antiguo y lo moderno crea una atmósfera única. Desde los tranquilos cafés que invitan a relajarse hasta las tiendas de antigüedades donde el tiempo parece detenerse. La ciudad es como un libro abierto esperando ser leído, con cada página ofreciendo algo nuevo, algo sorprendente, algo que te cautiva sin esfuerzo.
Cuando la noche se despliega, Praga se transforma. Es una ciudad que brilla con una organización pulcra pero sin perder su alma bohemia. Por las calles de la ciudad vieja, en cada rincón se siente la libertad, el aire fresco de un lugar que respeta la privacidad y las decisiones personales. Aquí nadie te juzga, nadie te dice qué hacer. La ciudad tiene un pacto tácito con sus habitantes: "Puedes ser tú mismo". Y si te gustan los bares, Praga es el lugar ideal. El cannabis es legal, el absenta fluye en las copas, y los checos son expertos en vivir la vida nocturna. Recuerdo esas largas noches con música de fondo, cerveza artesanal y una gente relajada pero con una energía que se contagia. Los checos, con su mística urbana, saben cómo disfrutar de una cerveza y una charla hasta altas horas, manteniendo siempre un respeto por el espacio del otro.
Foto de Praga desde uno de sus puentes, se puede ver un poco del casco histórico.
Centro histórico de Praga, una estatua en el medio (Jan Hus) y la Iglesia de Nuestra Señora antes de Týn y el Antiguo Ayuntamiento.
Negocio Absintherie, la fachada más una bici super vieja.
Luego de explorar a fondo Praga, decidí tomar el tren y aventurarme en una excursión a Kutná Hora, una pequeña ciudad a unos 80 km al este de la capital checa. Mi objetivo: la famosa iglesia de los huesos humanos, una de las más insólitas y escalofriantes estructuras que se pueden encontrar en Europa. La ciudad misma tiene una historia fascinante, conocida en la Edad Media por sus minas de plata, pero lo que me esperaba allí era aún más sorprendente.
La iglesia en cuestión es la Capilla de Todos los Santos, ubicada dentro del Cementerio de Sedlec, en Kutná Hora. Su interior es una verdadera obra macabra, decorada con restos humanos. Esta singular capilla fue diseñada por un hombre llamado František Rint, un escultor checo que, a finales del siglo XVIII, fue encargado de organizar y decorar el osario de la capilla, después de que la peste y la guerra de los treinta años causaran una gran cantidad de muertes en la región. Como resultado, el cementerio local se llenó rápidamente, lo que llevó a la necesidad de disponer de un lugar para almacenar los huesos de los fallecidos.
La historia de cómo se decoró la iglesia es tan extraña como fascinante. En 1511, los monjes del lugar decidieron exhumar los huesos de más de 40,000 cadáveres para hacer espacio en el cementerio. Fue entonces cuando František Rint fue contratado para crear una obra artística utilizando esos restos humanos. Rint, inspirado por el macabro encargo, decidió hacer del osario una de las piezas más llamativas de la Europa medieval, creando una decoración que utiliza los huesos de los difuntos de manera asombrosamente ordenada y estética.
En el interior de la iglesia, los huesos humanos se disponen de una forma que casi parece un arte de la muerte. Las paredes están cubiertas por pilas de cráneos y huesos, mientras que en el centro de la capilla se encuentra un gigantesco candelabro, también formado por huesos humanos. Además, hay una estructura impresionante hecha de huesos que incluye dos altares y otras ornamentaciones, todo unido en un macabro pero llamativo diseño. La pieza más famosa es el escudo de armas de la familia Schwarzenberg, creado completamente con cráneos y huesos. Todo este entorno crea una atmósfera única que resulta inquietante y profundamente fascinante al mismo tiempo.
El lugar no solo es impresionante desde un punto de vista estético, sino que también invita a reflexionar sobre la muerte, la historia y las tradiciones de la Europa medieval. El hecho de que esta capilla haya sido creada con tanto respeto por los difuntos, transformando los restos en una obra de arte, habla de la relación particular que los checos han tenido históricamente con la muerte. Un lugar que podría parecer sombrío o tétrico en otras culturas, en este caso es un espacio reverente y casi reverencial hacia los muertos.
Panorámica de Praga alucinante sobre la ciudad.
Calle en el centro histórico de Praga, adoquinada más arquitectura clásica de colores.
Ya de regresado a Praga nuevamente, continue con mis caminatas diarias.Es importarte remarcar algo que no resulta para nada atractivo en la ciudad, el numero de turistas. Como en cualquier ciudad popular, la abundancia de turistas puede generar cierto caos en puntos estratégicos. El Reloj Astronómico, por ejemplo, es uno de esos lugares donde las hordas de turistas se reúnen, mirando el espectáculo en cada hora exacta. Pero todo eso se puede evitar si te levantas temprano, cuando la ciudad todavía duerme, y te encuentras con la majestuosidad de la arquitectura praguense sin tener que compartirla con multitudes. Las calles vacías, las plazas solitarias… un paisaje que te pertenece solo a ti.
Ahora bien, uno de los pequeños desafíos de Praga es el costo de la comida en los restaurantes turísticos. Si bien el alojamiento es accesible, comer fuera no lo es tanto. Pero si te aventuras fuera de los caminos más transitados, puedes encontrar lugares más económicos donde disfrutar de la gastronomía local sin romper el presupuesto. Sin embargo, la clave está en cocinar. Y si bien esto puede parecer una recomendación simple, la realidad es que, con los costos tan altos en los restaurantes de la zona turística, preparar tu propia comida se vuelve una necesidad.
Lo que más me impactó de Praga fue cómo la ciudad sigue atrayendo a personas de todo el mundo, sobre todo a aquellos que buscan la libertad de hacer su vida a su manera. Entre los muchos encuentros interesantes, conocí a Raúl, un español que había llegado a la ciudad buscando algo más que turismo. Se enamoró de la historia de Praga, estudió cada rincón de su pasado, y comenzó a organizar Free Walking Tours. Su éxito fue rotundo; hoy en día, gana más de 150 euros por día gracias a las propinas de los turistas. Raúl es solo un ejemplo de cómo Praga ha pasado a ser un refugio para nómadas digitales, para aquellos que se lanzan a la aventura y encuentran en la ciudad un nuevo hogar.
Praga no es solo una ciudad; es una experiencia sensorial que te envuelve sin previo aviso. No es solo un lugar para ver, sino para vivir, para sentir en cada paso. Los días en la ciudad fueron un cúmulo de sensaciones, de momentos de éxtasis cultural, de disfrute de los pequeños placeres de la vida, de la cerveza, del arte callejero, de las conversaciones interminables con personas de todo el mundo. Es una ciudad que te absorbe, que te cambia, y te deja una huella indeleble, porque en Praga, cada día es una lección de historia y libertad. Si alguna vez tienes la suerte de caminar por sus calles, ten la certeza de que te llevarás algo que te acompañará para siempre, como un acorde que sigue sonando en tu cabeza mucho después de que la música se haya detenido.
Reloj histórico de Praga: El Orloj.
El Hombre Colgado: Escultura de David Černý que representa a Sigmund Freud suspendido.
Foto desde el Puente de Carlos, se ve el Castillo de Praga y los edificios que lo rodean todo iluminado.