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Grecia es un país que no necesita presentaciones, pero tiene algo que va más allá de lo que se muestra en las postales. Su esencia está en sus ciudades, en su gente, en la tierra que parece contar con una voz propia. Cada paso te lleva por un lugar que es difícil de definir, pero fácil de sentir. El sol, el viento, el mar y las montañas te rodean en una combinación que se queda en el cuerpo. Es un lugar donde el tiempo parece tener más de una dimensión: pasado, presente y futuro se mezclan con una naturalidad que solo se consigue con los años.
Atenas, la ciudad que te recibe con la espalda cargada de historia, es un caos ordenado. No es un lugar que imponga calma, pero sí te invita a mirar, a respirar profundo y a perderte en su ajetreo. La ciudad no grita por ser observada, pero al caminar por sus calles, uno entiende que está viva, que todo sigue adelante sin perder su esencia.
Kalambaka te ofrece una vista que corta el aliento. Las montañas que te rodean no buscan ser el centro de atención, pero te dejan sin palabras. El aire pesado de la altura y los monasterios en lo alto te recuerdan que no hace falta comprender todo, solo estar ahí para sentir la magnitud del lugar. Lo que está en esos picos tiene un peso que no se puede explicar con palabras.
Ioánina, con su lago y sus calles tranquilas, es un refugio que no espera ser descubierto, pero cuando llegás, te resulta imposible no detenerte. La calma de sus aguas refleja la lentitud con la que se mueve todo a su alrededor. No hay necesidad de apresurarse, de seguir itinerarios predecibles. La ciudad te deja ser parte de su ritmo sin exigir nada a cambio.
Este recorrido por Grecia me permitió conectar con un país que no se define por sus islas, aunque confieso que me quedaron pendientes. Al estar fuera de temporada, no pude disfrutar de esa parte del país, pero lo que vi, lo que sentí, me bastó para darme cuenta de que Grecia es mucho más que sus famosos destinos. Es un lugar donde cada ciudad tiene una identidad propia, y donde, más que ver, hay que entregarse a lo que tiene para ofrecer.
Leer Historia de GreciaCapital: Atenas
Población: 10,700,000 (87º)
Idiomas: Griego (oficial), con minorías que hablan albanés, turco y otros.
Superficie: 131,957 km² (97º país más grande)
Moneda: Euro (EUR), 1 USD ≈ 0.93 EUR (aproximadamente; el tipo de cambio puede variar)
Religión: Mayoritariamente ortodoxos (90%), con una pequeña presencia católica y musulmana.
Alfabetismo: 97.7%
Educación y sanidad: El sistema educativo es de alta calidad y la sanidad pública es accesible, aunque las mejores clínicas suelen estar en áreas urbanas y son costosas si no tienes seguro médico adecuado.
Trabajo: La tasa de desempleo ronda el 12%, y el país enfrenta retos económicos relacionados con la deuda pública y la dependencia del turismo.
Deporte más popular: Fútbol y basquetbol.
Seguridad: Grecia es un país muy seguro, ideal para viajeros, aunque siempre es recomendable ser precavido en las grandes ciudades, como en cualquier lugar del mundo.
Los ciudadanos argentinos no requieren visa para ingresar a Grecia para estancias de hasta 90 días dentro de un período de 180 días.
Grecia forma parte del **Espacio Schengen**, por lo que los ciudadanos de la Unión Europea y muchos otros países pueden ingresar sin necesidad de visa para estancias cortas.
Requisitos:
Para más información, puedes visitar la página oficial de la Embajada de Grecia en Buenos Aires.
Para obtener detalles adicionales, puedes consultar la página oficial de la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina.
Opciones principales: Hoteles, hostales y apartamentos de alquiler.
Precio promedio:
- Atenas (temporada baja): 15 EUR (16 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Atenas (temporada alta): 30 EUR (32 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Kalambaca (temporada baja): 15 EUR (16 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Kalambaca (temporada alta): 25 EUR (27 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Ioánina (temporada baja): 10 EUR (11 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
- Ioánina (temporada alta): 25 EUR (27 USD) por noche en hostales (algunos incluyen desayuno).
Importante: Puedes encontrar hostales fácilmente a través de plataformas online, donde se ofrecen diferentes opciones de alojamiento adaptadas a tu presupuesto y necesidades. Además, si pagas en efectivo, podrías obtener descuentos en algunos establecimientos.
El transporte en Grecia es bastante accesible, con opciones interurbanas y urbanas. Aquí te dejo las principales rutas y cómo comprar los billetes.
Frecuencia aproximada y precios de las rutas interurbanas más comunes:
En las principales ciudades, como Atenas, Kalambaca e Ioánina, el transporte urbano es accesible. Sin embargo, es recomendable caminar en las últimas dos, ya que son ciudades más pequeñas y fáciles de explorar a pie.
En Atenas, puedes utilizar autobuses, tranvías y metro. Asegúrate de recargar tu billete en los puntos de venta autorizados o usar la opción de pago con tarjeta en algunos autobuses.
En Kalambaca, la ciudad es pequeña y te recomendaría hacer la mayoría de los recorridos caminando. Sin embargo, también puedes utilizar los autobuses locales para algunas distancias.
Al igual que en Kalambaca, Ioánina es una ciudad pequeña y todo se puede recorrer caminando. No obstante, existen autobuses locales disponibles si necesitas ir a distancias más largas.
La mejor época para visitar Grecia es durante la primavera (de abril a junio) y el otoño (de septiembre a octubre). El clima es suave y es ideal para explorar las islas, las ciudades históricas como Atenas y Salónica, y los sitios arqueológicos.
El verano (de junio a agosto) es la temporada alta, con temperaturas cálidas, especialmente en las islas. Los precios aumentan durante esta época, y los destinos turísticos como Santorini y Mykonos pueden estar más concurridos.
Telefonía móvil: Las principales operadoras en Grecia son Cosmote, Vodafone y Wind. Puedes adquirir SIMs en tiendas y aeropuertos, y la cobertura es excelente en las ciudades principales. Las eSIM también están disponibles si tu teléfono es compatible.
Operadoras:
Recomendaciones:
- Es muy recomendable tener algunos euros físicos en mano, sobre todo para la compra de boletos en las terminales de Ioánina y Kalambaca.
- En Kalambaca, puedes tomar un colectivo para recorrer los monasterios por 15 EUR. Sin embargo, realizar el trekking entre todos los monasterios, caminando y subiendo y bajando las colinas, es una experiencia que no te puedes perder. Especialmente en otoño, cuando los colores del paisaje son impresionantes. Yo no entré a todos los monasterios, salvo a uno, y la verdad es que las vistas desde afuera valen mucho más la pena que el interior.
- En Atenas, el Partenón es gratis los domingos, así que si puedes, ve temprano, ya que abre a las 9:00 AM y se llena rápidamente. Esto te permite ahorrarte unos 15 EUR aproximadamente en la entrada.
Explora Grecia con esta guía práctica. Selecciona una región para ver sus lugares clave:
Grecia es un destino fascinante que combina historia, naturaleza, y un sinfín de paisajes espectaculares. Desde la antigua Atenas hasta las impresionantes formaciones rocosas de Meteora, hay algo que te cautivará en cada rincón. Sin embargo, hay algo que debes tener en cuenta: el verano europeo llena el país de turistas y las islas se ven colapsadas, especialmente en los meses de julio y agosto. Si quieres disfrutar de una experiencia más tranquila y auténtica, lo ideal es viajar fuera de temporada alta, en la primavera o principios de otoño, cuando el clima sigue siendo agradable pero sin las multitudes.
Atenas, la capital, tiene algo especial. Si bien es una ciudad cargada de historia, con el Partenón como principal atracción, tiene una idiosincrasia que te recordará a Latinoamérica. Su gente es cálida, amable, siempre lista para hacerte sentir bienvenido. El bullicio de sus mercados, las tascas donde la comida se sirve con risas y un toque de desorden, y el vibrante ambiente nocturno son muy parecidos a la esencia que se respira en muchas ciudades de Latinoamérica. Atenas, como muchas capitales latinoamericanas, tiene esa capacidad de hacerte sentir en casa, con una mezcla de fiesta, alegría y una actitud relajada ante la vida. Sus habitantes, al igual que muchos latinoamericanos, tienen esa calidez que no se encuentra fácilmente en otras partes del mundo.
Si tienes en mente explorar las islas griegas, te sugiero evitar el invierno y el final de otoño, ya que muchas islas pueden quedarse desiertas y algunos servicios, como los barcos, pueden ser limitados. En lugar de eso, aprovecha las estaciones intermedias para disfrutar del auténtico ambiente griego.
El trekking de Meteora es un imperdible. Recorrer a pie los antiguos caminos entre los monasterios es completamente gratuito y te permite sentirte en otro tiempo, rodeado de vistas espectaculares. Solo tendrás que pagar si decides ingresar a los monasterios (alrededor de 3 EUR por entrada), pero el recorrido por la zona es absolutamente gratuito, y ¡te aseguro que es de lo más mágico de Grecia!
Por otro lado, Ioánina es una parada ideal si planeas continuar tu viaje hacia Albania. Aunque puedes hacer una visita rápida a la ciudad, el lago Ioánina y la isla cercana son un excelente respiro. Si el tiempo lo permite, explora el castillo de Ioánina, o las cuevas de Perama y deja que tu curiosidad te guíe por las encantadoras calles de esta histórica ciudad.
En resumen, Grecia tiene tanto que ofrecer que podrías quedarte años y aún descubrir algo nuevo. Si buscas historia, paisajes naturales y una experiencia única, este país te conquistará. Pero recuerda: para una experiencia más auténtica y menos saturada, ¡elige bien tu temporada de viaje!
Consejo final: Si te fascina la historia, el senderismo y la belleza natural, Grecia no te defraudará. Y si te gusta esa vibra cálida, alegre y festiva como la de Latinoamérica, Atenas te hará sentir como en casa. ¡Explora, disfruta y déjate llevar por su magia!
Llegué a Atenas en un vuelo desde Milán, tras haber terminado mi voluntariado en Trento. Mi plan original no contemplaba Grecia, ni mucho menos los países del este de Europa. La idea inicial era bien distinta: luego de recibir las vacunas necesarias, mi ruta me llevaba hacia África, con la intención de recorrer desde Egipto hasta Namibia, cruzando la mayor cantidad de países posibles, y siempre por tierra, claro. Pero la vida, como suele suceder, tiene sus propios planes. Un imprevisto me detuvo de manera abrupta: la guerra civil en Sudán. El sueño de cruzar fronteras de forma terrestre se desmoronó cuando ya que me veia obligado a tomar un vuelo de Egipto a Etiopía, por un precio de casi 300 euros por una hora y media de viaje. Una locura, claro, que sumaba otro golpe a un presupuesto ya disparado por costos como el ascenso al Kilimanjaro, cuyo precio base, más de 1200 dólares, es una cifra más que considerable.
Así que, sin dudarlo, cambié de rumbo. Grecia apareció en el horizonte, con la promesa de recorrer lo que me quedaba de Europa del Este antes de decidir el siguiente destino. Un cambio que se sentiría como un remanso después de la tormenta de números. Y antes de aterrizar, ya me encontraba admirando las postales únicas que el avión ofrecía: el mar, el puerto, los edificios, el sol y los colores del Mediterráneo, todo contrastando con la vibrante energía que emanaba de la ciudad. Un gol tempranero en esta aventura.
Atenas me recibió sin tapujos, sin perder tiempo. Tras instalarme en un hostel en el barrio de Pangrati —un rincón que se llenó de murales y arte callejero, donde lo tradicional se fusiona con lo moderno—, salí a caminar por sus calles. Si tuviera que compararlo, sería algo así como el San Telmo de Buenos Aires o el Barranco de Lima, con su aire bohemio, vibrante y lleno de personalidad. Me sentí como en casa, y esa sensación ya dice mucho de la energía de este lugar. Me perdí por sus callejones durante un buen rato, disfrutando de su esencia única, hasta que el sol comenzó a descender, avisándome que era hora de continuar.
Panorámica del atardecer en Atenas desde el Monte Filopapo,
Ruinas griegas antiguas en Atenas
Mi destino esa tarde fue el monte Filopappou, para disfrutar de la vista al Partenón y, sobre todo, del atardecer. Los colores del cielo, fusionados con el mar y el bullicio de la ciudad, fueron sencillamente un espectáculo. Mientras, a lo lejos, las casas y el tráfico parecían fundirse con el horizonte. La noche no se quedó atrás. A tan solo diez minutos, ya caminaba por las calles al pie del Partenón, ahora iluminado por las luces nocturnas. Un espectáculo digno de los dioses, sin lugar a dudas.
Al día siguiente, empecé temprano mi exploración por el barrio de Monastiraki, cuyo mercado de pulgas me transportó en el tiempo. Antiguas monedas, llaves gigantescas, artefactos que no sabría cómo describir, pero con una historia cargada de misterio. Luego, con el mismo ritmo, caminé hasta el barrio cubano, que, lejos de lo que me esperaba, era un pequeño rincón de La Habana, con bares, murales de Che y Fidel, y esa atmósfera tan única. Continué hacia la tumba del soldado desconocido, donde pude ser testigo del famoso cambio de guardia, todo un ritual digno de ver. Y, tras la caminata, me dirigí a la famosa cancha del Panathinaikos, antes de seguir rumbo al imponente Estadio Olímpico. Un día cargado de historia, fútbol y cultura, que culminó en una ducha fresca y una cena que, a esa altura del día, ya se hacía imprescindible.
El último día en Atenas no podía faltar la visita obligada al Partenón. Sin embargo, debo confesar que, aunque fue increíble, el mar de turistas me hizo pensar en el desafío de encontrar esos momentos de calma en medio del caos. Aun así, no pude evitar sentirme afortunado de estar allí, justo en el día en que la entrada era gratuita. Después de caminar por más calles de la ciudad, terminé mi recorrido en el mirador del monte Licabeto. Desde allí, el panorama de Atenas se desplegó como una fotografía que se negaba a salir de mi cabeza.
Y si bien la gastronomía griega quedó pendiente para mis siguientes destinos, más baratos y menos turísticos, no puedo dejar de mencionar lo que sí probé en Atenas: el yogurt griego, que es realmente una delicia.
'Panorámica del Partenón en la Acrópolis de Atenas
Panorámica de la ciudad blanca de Grecia, con casas y techos tradicionales
En conclusión, Atenas es una ciudad que me fascinó. Su caos y serenidad se entrelazan de manera única, y las sonrisas de su gente me hicieron sentirme como en casa. No cabe duda de que, al caminar por sus calles, uno se encuentra con un pedazo de Latinoamérica en medio de Europa. La calidez de su gente y la vibrante historia que impregna cada rincón hacen de Atenas un destino imperdible. Un lugar donde el tiempo parece detenerse y, a la vez, se acelera con cada paso.
Después de un tren y un bus, llegué a la ciudad de Kalambaca, a un hostel gestionado por Costas, un cincuentón súper piola que hablaba bastante bien el español. El lugar tenía muy buena vibra, un espacio donde viajeros de diferentes edades se encontraban, todos con la misma idea de recorrer los monasterios griegos colgados de montañas y acantilados, una de esas joyas que no podés dejar de ver si estás por la región.
Mi paso por la ciudad no iba a ser largo, ya que el objetivo principal era visitar esos monasterios y hacer el trekking completo por mi cuenta, subiendo y bajando a cada uno de ellos. Sin embargo, como en todo viaje, no todo salió según lo planeado. Al despertar, me encontré con una lluvia torrencial que no paró ni un segundo. Fue entonces cuando conocí a una pareja encantadora en el hostal: Suan Tin, una simpática mujer de Malasia, y su marido Karel, un gigante canadiense. Ambos, ya retirados de sus trabajos, tenían la energía de dos treintañeros. Habían llegado a Europa para pasar las fiestas en Holanda con su hijo, y para matar el tiempo, decidieron tomarse un vuelo a Montenegro y alquilar un auto para recorrer Europa del Este.
Afortunadamente, me invitaron a acompañarlos en su recorrido por los monasterios. Y qué suerte tuve, porque no solo recibí información de Canadá y Malasia, sino que también pude recorrer esos lugares increíbles con una compañía que hizo la visita mucho más amena. Después de un día lleno de historia y paisajes, volvimos al hostal, donde la generosa Suan Tin preparó una cena tremenda y, como si fuera poco, unos tés de cáscaras de mandarina que estaban de otro mundo.
Panorámica aérea de Meteora con niebla entre las montañas
Panorámica aérea de Meteora con niebla entre las montañas
A pesar de la lluvia, decidí quedarme un día más. Le avisé a Costas que quería extender mi reserva, ya que no me iba a ir de Kalambaca sin hacer el trekking. Al amanecer, la lluvia continuó, pero después de media hora paró. Desayuné fuerte y me lancé al desafío. El recorrido me llevó unas siete horas, con paradas para sacar fotos y disfrutar de las vistas gloriosas. El trekking, realmente sensacional, es aún más espectacular en otoño, como fue mi caso. Los colores de la montaña y los monasterios creaban una combinación sobrecogedora desde la cima.
Al final del día, volví con la satisfacción de haber alcanzado mi objetivo, contento de haber recorrido ese terreno tan único. Para celebrarlo, me compré una cerveza (bueno, en realidad, fueron tres), una para mí y dos para esa pareja encantadora, con quienes me despedí un par de horas después.
En conclusión, Kalambaca es un destino que se puede disfrutar a fondo en dos o tres días. El trekking, sin lugar a dudas, es único, y los monasterios, con su historia y su creación, son una parada obligada. Así que sí, Kalambaca está zarpado, ideal para unas jornadas espectaculares.
Mi paso por Ioannina fue ultra express. Decidí incorporarlo en mi itinerario porque, al no haber un bus directo desde Kalambaca a Gjirokastër, Albania, me vi obligado a buscar alternativas. Me puse a investigar un poco sobre la ciudad y pensé: "¿por qué no?".
Llegué rápido en bus, más rápido de lo que esperaba. A mi arribo, me recibió Costas, el dueño del hostel. Curiosamente, se llamaba igual que el de Kalambaca, y el tipo, un verdadero personaje, me ofreció su hospitalidad al instante. Ni bien llegué, me preparé un mate y comenzamos a charlar sobre Grecia, sus costumbres, la vida, el fútbol, y un montón de temas. Me dio bastante información, aunque no mucho sobre Ioannina. Según él, la ciudad es un destino de paso rápido, sobre todo en otoño, ya que el clima no es el ideal para hacer hiking —en verano, por otro lado, tiene ese plus. Costas también me contó de su fanatismo por el fútbol, de las guerras, del Diego, Messi, y hasta de Milei. Cuando le pedí un plan para caminar por la ciudad, me respondió, medio en broma: "pone en Google, no seas vago".
Reloj histórico de Ioannina
Lago Pamvotida en Ioannina
Después de la charla, salí a explorar Ioannina, que, aunque no tiene la magnitud turística de otras grandes ciudades griegas, tiene un encanto peculiar. Uno de los puntos más destacados es el lago Pamvotis, en cuya orilla se encuentra la isla de Ioannina. Este pequeño rincón de agua tranquila, rodeado por montañas, es perfecto para pasear y disfrutar del paisaje. En la isla, no pude evitar recorrer el casco antiguo, con calles angostas y esas típicas casas griegas de colores que te transportan a otra época. También me dejé llevar por el encanto del casco histórico de la ciudad, donde la Mezquita Aslan Pasha, una joya de la arquitectura otomana, se erige imponente. No muy lejos de ahí está el castillo de Ioannina, una fortaleza medieval que aún conserva su esplendor y te invita a caminar entre sus murallas, dándote una idea de lo que fue la vida en la ciudad durante siglos.
Como Ioannina fue la ciudad donde decidí probar la gastronomía griega, me lancé a descubrir los sabores locales. Probé el famoso "Bougatsa", un pastelillo relleno de crema, y el "Souvlaki", que no necesita demasiada presentación. Ambos son clásicos que no podés dejar de degustar si estás por Grecia. Pero lo que más me sorprendió fueron los postres: el "Galaktoboureko", una especie de pastel de crema custard envuelto en masa filo, y el "Baklava", que aquí se sirve en su versión más delicada y empapada en miel. Después de los platos, no pude resistirme a un licor típico de la región: el "Tsipouro", que tiene un toque fuerte y amargo, pero deja una sensación de calidez bastante agradable.
En resumen, mi paso por Ioannina fue breve, pero encantador. No fue una ciudad en la que me quedé mucho tiempo, pero me permitió disfrutar de lo esencial y conocer un poco más sobre la Grecia más tranquila y alejada del bullicio turístico. La charla con Costas, la belleza del lago Pamvotis, y el sabor de la gastronomía local hicieron de este pequeño descanso algo especial.