Skopje: La fusión de la historia y la modernidad
Después de mi paso por Kosovo, la aventura seguía su curso y el siguiente destino era Macedonia, un lugar que ni siquiera aparece en las guías turísticas más populares. Ese rincón perdido de Europa, olvidado por el resto del mundo, que aguarda a los viajeros con brazos abiertos, pero sin ese glamour de las grandes ciudades turísticas. Me encontraba en una especie de “viaje de no retorno”, buscando lo no dicho, lo no visto, lo que pocos se atreven a explorar. Al llegar al último día en Kosovo, conocí a Nichita y a Jake, dos viajeros de Nueva Zelanda que eran mi tipo de gente: nada de circuitos predefinidos, nada de guías, solo un par de almas dispuestas a conocer lo más auténtico de cada lugar. Y entre anécdotas y bromas, me explicaron todo lo que no debía hacer en Skopie.
A diferencia de mí, ellos venían en dirección contraria: su ruta los había llevado desde el sudeste asiático hasta Europa, mientras yo planeaba viajar en el sentido opuesto, deseando descubrir todo lo que se podía saber de esta parte del mundo.
Ahí fue cuando empecé a recibir una verdadera "masterclass" sobre Nepal, Kirguistán y hasta un poco de la historia del sudeste asiático. Yo, en compensación, les hablé del tren de hierro mauritano, ese mito de la vida nómada, que a Nichita le entró por los ojos como un gol de Maradona en el '86. Pero bueno, al final, entre tanto intercambio de info, nos despedimos en la estación de bus, intercambiamos contactos, y nos prometimos volver a cruzarnos. Incluso si era solo para tomarnos una cerveza en alguna parte del mundo.
'Estatua ecuestre del Rey Samuil en la plaza de Skopie
Río Vardar y skyline de Skopie
El frío me dio la bienvenida en Skopie. En diciembre, la ciudad parecía dormir, o al menos no era lo que esperaba de una capital europea. Todo parecía estar en un letargo, pero bueno, no todo puede ser un carnaval. Después de llegar al hostel, que no solo era de buen nivel sino extremadamente barato, cociné algo rápido y me lancé a explorar. Al preprarar el camino, una ucraniana y un irlandés, que trabajaban como voluntarios en el lugar, se ofrecieron a orientarme sobre los puntos más interesantes de la ciudad. Y así fue como comencé mi recorrido, con una idea general, pero sabiendo que la ciudad me iba a sorprender.
Lo primero que me llamó la atención de Skopie fueron sus estatuas, como si la ciudad decidiera decir: "Si no puedes escucharme, al menos mírame". Estatuas y más estatuas, de todos los tamaños, de todos los tipos. Es un desfile de mármol y bronce por cada esquina. Hay una estatua de Alejandro Magno que se lleva todos los ojos, imponente, como si estuviera en medio de una final de Copa del Mundo, mirando fijamente hacia el horizonte. La "Estatua de la Madre Teresa", también destacada, muestra la figura de la religiosa nacida en Skopie con una expresión serena pero llena de poder. Luego, un par de estatuas de figuras históricas de Macedonia, algunas con caballos y otras, simplemente, mostrando el peso de siglos de historia en sus posturas. Hay tantas que te sentirías como un jugador de fútbol caminando por la cancha, rodeado de fanáticos, y no podrías decidir por cuál gritar primero. Un verdadero museo al aire libre.
'Edificio del Parlamento de Macedonia del Norte en Skopie
Puente de las Artes sobre el Vardar con estatuas
Con el mate en mano, seguí mi paseo y me dirigí hacia el barrio de Vodno, un rincón mucho más bohemio, con calles que parecían sacadas de una canción de Spinetta. La gente local se veía tranquila, casi como si estuviera tan acostumbrada a la paz que el ruido del mundo exterior simplemente no les afectara. Entre las tiendas de antigüedades, encontré objetos tan singulares que cualquiera podría sentir que está comprando parte de un capítulo olvidado de la historia.
Al día siguiente, la agenda no se detenía. Mi primer destino fue la Casa de la Madre Teresa, que resultó ser todo un hallazgo. Después de dos horas leyendo sobre sus actividades, quedé impresionado por la magnitud de su obra. Esta mujer, que había nacido en la ciudad, dedicó su vida a los demás con una fe inquebrantable, sin importarle el tiempo ni las dificultades. El contraste entre su humildad y la magnitud de su impacto en el mundo es simplemente abrumador.
Barco-restaurante en el Vardar con el Parlamento de Skopie
Escultura de una mujer sosteniendo un bebé en Skopie
Mi siguiente parada fue el Parque Nacional de Mavrovo, pero, como suele pasar en los viajes, el clima no fue amable. A medida que subía hacia las alturas, una nube se posó sobre mi camino, tapando por completo la vista. Así que, tras un par de intentos fallidos por obtener una buena foto, decidí regresar al hostel. La noche me ofreció una oportunidad inesperada: compartir una cena con el dueño del local, los voluntarios del hostel, y un turco llamado Murat. Fue él quien, al verme escribiendo en la computadora, me ofreció ayuda con mi proyecto. Murat, programador de Turquía, me enseñó un montón de trucos y nuevos conocimientos que hoy, sin dudas, hacen parte de este relato.
Y así, después de tres días intensos en Skopie, con mucho frío y algunas aventuras, era hora de continuar. El camino me llevaba a Sofía, donde esperaba encontrarme con más historias y, claro, más frío. Pero, como en todo viaje, cada experiencia suma, cada paso marca algo en la ruta. Y cuando todo termine, todo será solo una anécdota más para contar, como esa charla entre amigos sobre un mate y una cerveza, que nunca se olvida.
Conjunto de esculturas neoclásicas en Skopie
Plaza principal de Skopie con árbol de Navidad
Puesto de antigüedades en el Bazar Viejo (Stara Čaršija) de Skopie