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Bosnia y Herzegovina, un país enclavado en el corazón de la península balcánica, es un destino que cativa a los viajeros con su rica historia, su impresionante belleza natural y su vibrante cultura. Marcado por su pasado, el país ha surgido como un símbolo de resiliencia y diversidad, ofreciendo a los visitantes una experiencia única e inolvidable.
La guerra de Bosnia de la década de 1990 dejó cicatrices, pero también inspiró a una nación a reconstruir y sanar. Hoy, el país se enorgullece de su diversidad étnica y religiosa, donde las influencias otomanas, austrohúngaras y yugoslavas se entrelazan en un mosaico cultural fascinante.
Sarajevo, la capital, es un ejemplo perfecto de esta fusión. Sus calles empedradas resuenan con ecos de su pasado, invitando a los viajeros a explorar sus mezquitas, iglesias y sinagogas, todas ubicadas a poca distancia unas de otras. La ciudad también ofrece una próspera escena artística y cultural, con festivales de música, galerías de arte y una deliciosa gastronomía que refleja la diversidad de influencias culinarias.
Más allá de Sarajevo, Bosnia y Herzegovina ofrece una gran cantidad de paisajes impresionantes. Desde las majestuosas montañas de los Alpes Dináricos hasta las aguas cristalinas del río Neretva, los amantes de la naturaleza encontrarán un paraíso para practicar senderismo, rafting y otras actividades al aire libre.
Las ciudades históricas de Mostar y Jajce también merecen una visita. Mostar, con su icónico puente otomano y su encantador casco antiguo, es un testimonio de la arquitectura y la cultura de la región. Jajce, con su impresionante cascada y su fortaleza medieval, ofrece una visión del pasado real de Bosnia.
Pero lo que realmente distingue a Bosnia y Herzegovina es su gente. Los bosnios son conocidos por su cálida hospitalidad, su amor por la cultura y su fuerte sentido de identidad nacional. Los viajeros se sentirán bienvenidos y apreciados, y tendrán la oportunidad de sumergirse en la vida local y descubrir la autenticidad de este país único.
Bosnia y Herzegovina, un país enclavado en la península balcánica del sureste de Europa, es un testimonio de la historia moldeada por conflictos y diversidad. La guerra de Bosnia de la década de 1990 dejó cicatrices imborrables en su territorio y su gente, con enfrentamientos étnicos entre bosnios, croatas y serbios que resultaron en una devastación generalizada y una profunda pérdida humana.
A pesar de estos horrores, Bosnia ha demostrado una notable resiliencia y capacidad de recuperación. Hoy, el país se erige como un mosaico de su intrincada historia, donde la diversidad étnica y religiosa florece en medio de los desafíos de la reconstrucción. Sarajevo, la capital, es un símbolo de este proceso, con sus calles que resuenan con ecos de su pasado otomano, austrohúngaro y yugoslavo, todos entrelazados en una ciudad que sigue siendo un crisol de culturas.
Las relaciones de Bosnia con sus vecinos, Croacia, Serbia y Montenegro, han sido históricamente tensas, especialmente a raíz de la guerra. Sin embargo, el país está comprometido con la integración europea, buscando estabilidad y cooperación regional. Bosnia comparte fronteras con estos países, y una parte significativa de su historia está entrelazada con ellos, ya sea a través de conflictos o vínculos culturales y económicos.
El pueblo bosnio, aunque marcado por los recuerdos de la guerra, ha demostrado una admirable capacidad para reconstruir su nación. Hoy en día, los bosnios son conocidos por su hospitalidad, su amor por la cultura y el arte, y su fuerte identidad nacional. La resiliencia del pueblo bosnio sigue siendo uno de sus mayores activos, lo que demuestra que, a pesar de los traumas del pasado, siempre hay espacio para la esperanza y el progreso.
Bosnia no solo sobrevive, sino que también se esfuerza por un futuro de paz, unidad y prosperidad. A pesar de los desafíos políticos y económicos, su gente sigue luchando por una nación más fuerte que reconozca su diversidad y aprenda de su pasado para avanzar hacia un futuro mejor.
Leer Historia de BosniaCapital: Sarajevo
Población: 3,280,000 (129º)
Idiomas: Bosnio, Croata, Serbio (oficiales)
Superficie: 51,209 km² (127º país más grande)
Moneda: Marco Convertible (BAM)
Religión: Principalmente Islam (50%), con comunidades ortodoxas (31%) y católicas (15%)
Alfabetismo: 98.3%
Educación y sanidad: Gratuitas para los ciudadanos, pero con ciertos desafíos debido a la post-guerra y la falta de recursos adecuados en algunas regiones.
Trabajo: En torno al 40% de la población activa está desempleada, con altos índices de pobreza especialmente entre los jóvenes.
Deporte más popular: Fútbol.
Seguridad: Bosnia y Herzegovina ha logrado cierta estabilidad desde el final de la guerra en 1995, pero persisten tensiones políticas y étnicas. La seguridad varía según la región, siendo más estable en las principales ciudades como Sarajevo.
Visado para turistas argentinos:
Los ciudadanos argentinos **no requieren visa** para ingresar a Bosnia y Herzegovina para estancias de hasta 90 días dentro de un período de 180 días.
Requisitos:
- Pasaporte válido por al menos 3 meses a partir de la fecha de ingreso.
- Billete de ida y vuelta o continuación de viaje.
- Prueba de alojamiento durante su estancia (reserva de hotel o carta de invitación).
- Prueba de fondos suficientes para cubrir los gastos durante su estadía (puede ser en efectivo, tarjeta de crédito, etc.).
- Seguro de viaje con cobertura médica internacional (altamente recomendado).
Nota: Los turistas de otras nacionalidades pueden estar sujetos a requisitos diferentes.
Para más información y para consultas adicionales, puedes visitar la página oficial de la Embajada de Bosnia y Herzegovina en Argentina.
Opciones principales: Hostales, casas privadas y apartamentos de alquiler.
Precio promedio:
- Sarajevo: 15-18 EUR por noche.
- Mostar: 14 EUR por noche.
- Banja Luka: 12-15 EUR por noche.
- Tuzla: 10-12 EUR por noche.
Beneficios:
- Precios más económicos que los hoteles tradicionales.
- Ofrecen una experiencia más auténtica y cercana a la cultura local.
- Oportunidad de interactuar con los bosnios y aprender sobre su vida diaria.
Recomendación:
- Si deseas una experiencia auténtica, busca alojarte en casas de familia o en pequeños hostales de barrio.
- Los hostales en Sarajevo y Mostar son populares entre los viajeros jóvenes.
Cómo encontrar hospedaje:
- Puedes encontrar fácilmente opciones de hostales y casas de familia a través de plataformas de reserva online.
- Las opciones suelen ser accesibles y con buenas recomendaciones, por lo que es fácil encontrar hospedaje adecuado para tu presupuesto.
Los autobuses públicos en Bosnia y Herzegovina son una opción económica y eficiente para moverse tanto dentro de las principales ciudades como entre ellas. Las ciudades más importantes como Sarajevo, Mostar y Banja Luka cuentan con una red de transporte público bien desarrollada, que incluye autobuses, tranvías (en Sarajevo) y trolebuses. Este sistema es ideal para los viajeros que desean explorar el país de manera asequible y cómoda.
Los autobuses urbanos son muy utilizados por los locales y son una forma práctica para los turistas de conocer la ciudad, mientras que los autobuses interurbanos conectan las principales ciudades del país, ofreciendo un servicio conveniente y de bajo costo para aquellos que quieren viajar entre ciudades.
Por otro lado, los autobuses interurbanos, que cubren rutas entre ciudades importantes como Sarajevo, Mostar, Banja Luka y Zenica, son bastante frecuentes y permiten a los viajeros disfrutar de un viaje cómodo a precios muy accesibles. Se pueden comprar boletos tanto en las estaciones de autobuses como a través de plataformas online como buskarta.
Precios aproximados:
Para el pago del transporte público, en los autobuses urbanos, el pago se realiza generalmente en efectivo al conductor, aunque algunos autobuses de Sarajevo permiten el pago con tarjeta de débito/crédito. Para los tranvías de Sarajevo, también se puede pagar en efectivo o utilizar tarjetas prepagas, que están disponibles en las estaciones o en tiendas autorizadas.
Además, existen tarjetas recargables como la sarajevska kartica, que se utiliza para el transporte público en Sarajevo. Estas tarjetas pueden recargarse en máquinas expendedoras o en puntos de venta locales. También puedes usar aplicaciones móviles como Bolt o Uber para moverte rápidamente dentro de las ciudades.
La mejor época para visitar Bosnia y Herzegovina es durante la primavera (de abril a junio) y el otoño (de septiembre a octubre). Durante estos meses, el clima es templado y agradable, con temperaturas suaves que permiten explorar las ciudades y los paisajes naturales sin el calor extremo del verano. Además, los precios de alojamiento y actividades son más accesibles fuera de la temporada alta, y hay menos turistas, lo que hace que la experiencia sea más tranquila.
La temporada alta en Bosnia, que va de julio a agosto, atrae a muchos turistas debido al clima cálido y seco, ideal para actividades al aire libre y explorar las principales ciudades como Sarajevo, Mostar y el Parque Nacional de Sutjeska. Sin embargo, los precios de alojamiento y servicios suelen ser más altos y las zonas turísticas más concurridas. Si prefieres evitar las multitudes y aprovechar precios más bajos, la mejor opción es viajar durante la primavera o el otoño.
Telefonía móvil: En Bosnia y Herzegovina, las principales operadoras de telefonía móvil son **BH Telecom**, **HT Eronet**, y **Mtel**. Puedes comprar tarjetas SIM en tiendas de telecomunicaciones o en los aeropuertos internacionales, como el de Sarajevo. La cobertura es bastante buena en las ciudades principales, pero puede ser limitada en zonas rurales. También es recomendable considerar el uso de **eSIM** si tienes un teléfono compatible, ya que es una opción más conveniente para viajeros internacionales.
**Operadoras:**
Velocidad y conexión a Internet: En Bosnia, la conexión a Internet es generalmente confiable en áreas urbanas.
Dinero en efectivo: Aunque las tarjetas de crédito son aceptadas en la mayoría de los establecimientos turísticos, es recomendable llevar dinero en efectivo en **marcos convertibles de Bosnia (BAM)** para pagar en mercados locales, tiendas pequeñas y en algunos restaurantes que no aceptan tarjetas. Los cajeros automáticos están disponibles en las principales ciudades y permiten retirar dinero en efectivo.
Costumbres locales: Bosnia y Herzegovina tiene una rica herencia cultural y religiosa. Es importante mostrar respeto por las costumbres locales, especialmente al visitar lugares de culto, como mezquitas, iglesias y sinagogas. Además, al igual que en muchas partes del mundo, los bosnios aprecian la puntualidad y las buenas maneras, así que es recomendable llegar a tiempo a las citas y reuniones.
Explora Bosnia y Herzegovina con esta guía práctica. Selecciona una ciudad para ver sus lugares clave:
Bosnia y Herzegovina es un país que, a pesar de las heridas profundas dejadas por la guerra, ha demostrado una capacidad impresionante para la reconstrucción. La devastación sufrida durante el conflicto de los años 90, con Sarajevo como una de las ciudades más afectadas, dejó secuelas visibles en todo el país. Sin embargo, la resiliencia de su gente y la voluntad de superar el sufrimiento han permitido que Bosnia emerja, lenta pero firmemente, de sus cenizas.
Sarajevo, la capital, se erige como un símbolo de este renacer. Esta ciudad, que fue sitiada durante más de tres años, ha logrado reconstruir su tejido urbano y restaurar un sentido de comunidad. Hoy, Sarajevo es una ciudad vibrante, que ha mantenido su carácter multicultural a pesar de los intentos de división durante la guerra. Un ejemplo claro de su capacidad de renacer es el legado de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984, un evento que marcó una época de orgullo y esperanza. Aunque la guerra destruyó muchas infraestructuras, la ciudad ha sabido recuperar parte de su esplendor, logrando una recuperación que se siente en cada esquina.
Sin embargo, al mirar hacia el sur, hacia Mostar, el panorama es muy diferente. Mostar es una ciudad que revela las heridas no solo del conflicto, sino también de los odios que siguen vigentes entre sus habitantes. El puente de Mostar, testigo de la destrucción, simboliza la división aún presente entre los croatas católicos y los bosnios musulmanes. Caminar por sus calles es observar las cicatrices de un conflicto que no ha sido completamente sanado. Los edificios destrozados, las marcas de bala aún visibles en las paredes, y la torre de francotiradores ("Sniper Tower") cuentan la historia de un enfrentamiento que, aunque aparentemente superado, sigue presente en la memoria colectiva.
El odio entre estas dos comunidades, los croatas y los bosnios, es palpable. Las cicatrices de la guerra no solo son físicas, sino que han dejado una división social que es difícil de cerrar. En Mostar, el aire está tenso, como si un conflicto podría reactivarse en cualquier momento. Aquí, la reconstrucción no es solo de muros y edificios, sino también de relaciones humanas, algo que aún está en proceso.
Bosnia y Herzegovina es un país que, a pesar de su belleza y su potencial, sigue lidiando con las secuelas de una guerra que marcó su historia. Para el viajero, es una oportunidad única para comprender cómo una nación puede reconstruirse, tanto en el plano físico como en el emocional, pero también para entender cómo el odio y la desconfianza pueden mantenerse vivos incluso después de la guerra. Es un país que invita a la reflexión profunda sobre la capacidad humana para superar, pero también sobre los peligros de las divisiones que, aunque en silencio, siguen esperando a resurgir.
Bosnia es un destino que, sin duda, ofrece un aprendizaje invaluable sobre las cicatrices de una guerra reciente, la reconstrucción de una nación, y las dinámicas complejas que aún persisten en el aire. Es un lugar donde se puede ver de cerca cómo las heridas del pasado no siempre sanan completamente, y cómo, en algunos casos, las secuelas pueden persistir mucho después del fin de los conflictos.
Llegué a Sarajevo desde Belgrado en un bus económico, un viaje largo y monótono, casi como si el paisaje se negara a cambiar, marcando la distancia entre dos mundos. La ruta era plana, árida en su mayoría, atravesando pequeños pueblos abandonados que, aunque en silencio, todavía gritan los vestigios de la guerra. Solo al final, cuando el bus asciende por las colinas para descender hacia la ciudad, la vista se transforma. Desde lo alto, Sarajevo se despliega ante los ojos como una pintura en movimiento, con sus tejados rojizos, sus puentes y las montañas que la rodean.
Una vez en la estación de buses, la tarea de encontrar cómo llegar al centro fue como un juego de pistas. Pregunté a más de cuatro o cinco personas hasta que finalmente encontré a un hombre dispuesto a darme una mano. Su inglés no era perfecto, pero entendió mi necesidad y me indicó tomar el trolebus, un medio de transporte que, en su rítmico ir y venir, parecía no tener prisa. Las paradas fueron muchas, pero el tráfico, afortunadamente, escaso. La ciudad tiene una organización que respeta al peatón y, aunque no es una metrópoli bulliciosa, la calma de sus calles contrasta con el caos de otras grandes ciudades europeas. Aquí no hay embotellamientos como en Roma, donde cada calle parece un reto a la paciencia. Sarajevo se toma su tiempo, sin prisa, sin ruido innecesario.
La gente de la ciudad tiene una reserva particular. No son los más abiertos del mundo, pero tampoco parecen cerrados. Como si cada uno guardara algo para sí mismo, y el inglés, aunque no es imposible de encontrar, no es algo que fluya con facilidad en las calles. Las interacciones son cortas, directas, pero siempre con una amabilidad contenida que no pide más que el respeto mutuo.
Antorcha olímpica de Sarajevo: recuerdo de los Juegos Olímpicos de Invierno 1984
Museo de los Niños de Sarajevo: niño y niña sosteniendo un globo juntos
Recuerdo especialmente la plaza central, un lugar donde las sorpresas parecen suceder sin previo aviso. Allí, tableros de ajedrez pintados sobre el suelo invitan a la gente a jugar. Las piezas, grandes y de colores contrastantes, se mueven bajo la mirada de quienes se agrupan alrededor. El ambiente es curioso, cargado de pasión. Los jugadores no están solos en su partida: las voces que observan las jugadas son casi como un murmullo constante, a veces elevado, como las discusiones futboleras en un asado, donde las opiniones se acaloran un poco más de la cuenta, sobre todo si hay algo de cerveza de por medio. Fue en ese rincón de la ciudad donde conocí a Gerónimo, un argentino que andaba de paso por los Balcanes. Lo primero que nos unió fue la sorpresa compartida de ver cómo, en pleno centro de Sarajevo, un juego de ajedrez podía generar tanto entusiasmo. Gerónimo, como buen viajero, me habló de su andar por el este de Europa, de cómo se dejaba llevar por la curiosidad y la búsqueda. Tiempo después, en Mostar, la ciudad que ambos estábamos recorriendo, nos volvimos a cruzar. Nos hicimos amigos y comenzamos a intercambiar información sobre ciudades, compartiendo nuestras experiencias y lugares por descubrir. Desde entonces, seguimos en contacto, como aquellos que se cruzan en el camino y dejan que las nuevas amistades continúen más allá de las fronteras.
En cuanto a los lugares por visitar, y fiel a mi estilo, no pagué por un tour. En cambio, me perdí en el mercado más popular de la ciudad, un lugar vibrante donde los sabores y los colores cuentan historias de antaño. También me sorprendió el Museo de los Niños de la Guerra, un sitio que no se puede visitar sin sentir la dureza de lo vivido. Las imágenes, las historias, las piezas, todo allí te habla de un pasado que no podemos dejar de recordar. La crueldad se presenta de una manera tan directa que te hace entender la guerra no solo como un relato histórico, sino como un dolor humano.
Fachada impactante del Museo de la Guerra Infantil en Sarajevo
Pizzeria Željo 2 en Sarajevo: local icónico de la ciudad
Después de tres días, sentí que Sarajevo había dejado su marca. No es una ciudad que se devore en un par de horas, pero tres días son suficientes para empezar a entender su complejidad, su historia y a la gente que, a pesar de todo, sigue adelante. Quizás no con sonrisas en cada esquina, pero sí con la certeza de que, a pesar de las cicatrices, la vida sigue su curso.
Mi siguiente destino era Mostar, otra ciudad que, como Sarajevo, lleva en sus piedras la huella de tiempos difíciles y que me esperaba con sus propios relatos por contar.
Llegué a Mostar después de un par de horas en bus desde Sarajevo. Ni bien puse un pie en la ciudad, una sensación familiar me invadió: las plataformas de la estación de buses se llamaban "Perón", un pequeño recordatorio de mi país, de la Argentina. Esta fue solo una de las primeras sorpresas que Mostar tenía preparadas para mí. Mi llegada fue a la terminal del este de la ciudad, pero de eso les contaré más adelante, cuando se entienda mejor la particularidad de esta ciudad partida.
El hostal no estaba lejos, así que decidí ir caminando. Al fin y al cabo, caminar un par de kilómetros no es nada cuando todos los días te ves forzado a recorrer distancias por las ciudades. Pero fue en ese recorrido cuando empezó a golpearme la historia de Mostar. En cada cuadra, en cada callejón, las huellas de la guerra seguían presentes. Me refiero a casas en ruinas, ventanas rotas, balas en los muros, en fin, todos sinónimos de destrucción.
Llegué al hostal, y el dueño, Daniel, me hizo pasar después de que me pidiera quitarme las zapatillas. Una costumbre local, ya que me encontraba en la parte musulmana de la ciudad. Durante el check-in, Daniel, al ver mi nacionalidad, me contó que había colaborado con un periodista del diario La Nación sobre las realidades de Mostar. Busqué el artículo, pero nunca lo encontré; lo único que vi fue una foto recortada, en la pared detrás de su oficina.
Explorando el interior de la Sniper Tower en Mostar, Bosnia
Mural callejero de los ultras del FK Velež Mostar en una pared de la ciudad
Con un nudo en el estómago por las primeras impresiones, partí a caminar hacia la zona turística de la ciudad, que también se encuentra en la parte musulmana. El puente viejo de Mostar, un ícono mundialmente reconocido, era el lugar de encuentro. El río Neretva lo atravesaba, pero esa tarde, la corriente parecía más fría que nunca. Me tomé unos buenos amargos (mi mate, como siempre) mientras observaba, sorprendido, cómo algunas personas se subían al puente y se tiraban al agua. Si hubiera sido un poco más cálido, tal vez yo también me hubiera animado, pero el sol se ocultaba y el frío era cada vez más intenso.
Continué caminando por la ciudad, y terminé por perderme entre las calles. Llegué al club Vélez de Mostar, el cual, como bien es conocido, representa a una parte significativa de la ciudad. Es el club de la comunidad musulmana de Mostar. En ese barrio, las pintadas en las paredes estaban por todos lados, pequeñas muestras de "aguante" al equipo, como si fuera una marca de pertenencia. Después de un café en el bar del club, y de sumergirme un poco en esa atmósfera vibrante de pasión futbolera, regresé al hostal, preparé algo para cenar y me fui a dormir.
Si han llegado hasta esta parte del relato, habrán notado que he repetido mucho la expresión “la parte musulmana”. Y no es casualidad. Mostar está dividida literalmente en dos, un reflejo del pasado reciente de la ciudad. Con 100,000 habitantes aproximadamente, la ciudad está repartida casi al 50% entre bosnios musulmanes y croatas ortodoxos. La división no es solo algo abstracto: se respira en el aire, se ve en la gente, se siente en todos los aspectos cotidianos. Las escuelas, las terminales de buses, las compañías de servicios, todo está estrictamente separado. No es solo una cuestión de barrios distintos; es que cada parte de la ciudad tiene su propio sistema, como si fuera un lugar dentro de otro, pero sin poder realmente acceder al otro lado. Uno no puede usar los servicios del otro, y las barreras invisibles son tan fuertes que todo parece estar diseñado para mantener a los dos grupos aislados. El odio entre ambos sectores es palpable, y la tensión está presente incluso en los detalles más pequeños. La rivalidad también se refleja en el fútbol, donde el histórico campo del Vélez, conocido como Bijelim Brijegom (“Monte Blanco”), hoy pertenece a su más acérrimo rival: el Zrinjski, el equipo de los croatas ortodoxos. Esta rivalidad es solo una manifestación visible de un conflicto mucho más profundo. Al final del artículo les dejaré un texto con más detalles sobre esta rivalidad y algunos artículos que pueden leer si les interesa el fenómeno social mas importante del mundo, léase fútbol.
'Vista exterior completa de la Sniper Tower en Mostar
Ventana con impactos de bala en el Hospital de Mostar
A la mañana siguiente, me reuní con Gerónimo, que estaba en otro hostal, para hacer un recorrido por las ruinas post-guerra. También se nos unió una chica de Estados Unidos, que con timidez nos preguntó si podía unirse. Caminamos por la ciudad y, poco a poco, empezaron a aparecer los recuerdos más dolorosos de la guerra: edificios con marcas de balas, como el hospital local, que aún guardaba las cicatrices del conflicto. Continuamos nuestro recorrido por lo que alguna vez fue la universidad de derecho, hoy en ruinas, con paredes desmoronadas que hablaban del paso del tiempo y la violencia vivida.
Fue al llegar al límite con la parte croata ortodoxa cuando encontramos la famosa Sniper Tower. Este edificio, que originalmente perteneció a un banco, había sido usado durante la guerra como un puesto de control para los francotiradores croatas, ya que desde allí se podía observar toda la ciudad. Aunque la entrada estaba prohibida, encontramos cuatro ladrillos apilados por fuera que nos sirvieron de escalera improvisada. Subimos por ellos y nos metimos en el edificio. La torre, que ahora se había convertido en un espacio de arte clandestino, estaba llena de pinturas y frases que reflejaban el sufrimiento y las cicatrices de la guerra.
A medida que ascendíamos por sus escaleras de cemento en pesimo estado, na sensación extraña nos envolvía, como si cada paso nos acercara más a la historia del lugar. Subimos hasta el techo y allí, con la vista de la ciudad a nuestros pies, sentimos la carga de todo lo que había ocurrido. La torre no solo era un testigo mudo de la guerra, sino un reflejo de la brutalidad, el dolor y las huellas profundas que el conflicto dejó atrás.
Al bajar, nos dirigimos hacia la parte croata de la ciudad, una transición notable. La parte musulmana tiene una fuerte influencia otomana, una gastronomía simple pero sabrosa, mientras que el lado croata era, por decirlo de alguna manera, más occidentalizado. Todo allí era más ostentoso, desde los negocios hasta las calles llenas de gente comprando lo último en moda. Llegamos al estadio “robado” del Vélez, y, con curiosidad, quisimos ver si podíamos entrar a ver algún entrenamiento. Ni bien llegamos a la puerta, dos empleados de seguridad nos detuvieron y nos dijeron que el acceso estaba prohibido. Me preguntaron si había tomado fotos. Afortunadamente, no había hecho ninguna.
En resumen, Mostar fue un lugar que me dejó una huella profunda. Nunca había estado en una ciudad tan fragmentada, tan dividida, donde las huellas de la guerra siguen marcando la vida de los habitantes. Como sudamericano, estaba acostumbrado a las rivalidades intensas que conocemos, como las que existen entre River y Boca, o en otros aspectos de la vida cotidiana, como la política o la música. Pero en Mostar, esa división va más allá, se siente en el aire, en las calles. Hay un odio genuino y una separación entre los bosnios musulmanes y los croatas católicos que se manifiesta de formas complejas y visibles en la ciudad. Aquí la herida sigue abierta.
En fin, era hora de seguir. Ahora tocaba Desembarco del Rey, ahora tocaba Dubrovnik, ahora tocaba adentrarme en el sur de Croacia.
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